Lo primero que Teresa dijo sobre ella es que “es una persona sobrada de poesía”. La palabra “sobrado”, siguió, tiene muchas acepciones: desván, valiente, ambas se ajustan a nuestra poeta invitada. El desván, ese lugar preferido por la poeta para refugiarse del mundo real y valiente para afrontar ese mundo, en toda su adversidad e injusticia, a través de sus versos. La poesía de Isabel tiene olor a lluvia, dice Teresa Núñez y está hecha toda de río: el Duero, ese amigo de agua que acompaña a Isabel desde su infancia en su querida tierra, Soria.
Nos volvió “a abrir la puerta del desván” y, junto a ella, “subimos de puntillas escalones brillantes”. Imaginamos el aula de Poekas como ese reducido espacio donde Isabel nos convertía en seres que la acompañábamos desde ese pasado, al que ella retorna a veces, para observar a través de la mirilla sus recuerdos, nuestros recuerdos.
El tiempo se hizo breve, joven, íntimo, cálido, solidario, demandante de justicia humana. Se hizo Isabel. Se hizo Poesía. Nos dijo que le faltaron palabras. “Siempre faltan palabras”. Es posible. Pero el látigo suave de sus versos ha quedado grabado en cada una de las personas que tuvimos la suerte de escucharlo de su voz. “Y sentimos la fortuna de tener todavía refugio en los recuerdos”.
Gracias, Isabel, por dedicarnos tu tiempo y tus poemas,
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