Miguel Hernández estaba vivo en el cañón desde el que era proyectado.
Miguel Hernández habló por Maribel Alonso, por Martín Lozano, por José Ortega, por Sebastián Galán, por Eloy Bohán, por Miguel Pastrana, por Juliana... por Elena Moratalla, por José Antonio, por Cristina Santa-Ana, por Rosa, por Ernesto, por Candil... Miguel Hernández habló por mí y Miguel Hernández estuvo enorme con su boca llena de pueblos, con su gorro de campesinos en rebelión, con sus ojos de cárceles y sus dientes abarrotados.
Como Miguel Hernández estaba vivo a las 19.30 en el graderío alto de El Centro Cultural Paco Rabal, el pasado 23 de abril, el sitio se llenó de amantes de la psicofonía y ésta era un altavoz de poesía que amplificaba el abrazo hernandiano.
Miguel Hernández cantó por Lali Jarque y Pilar León y tocó la guitarra exactamente igual que como lo hubiera hecho Diego Rolo; y en las gargantas se oían cascadas de almazaras y los aceites hacían gárgaras contra la sumisión del pueblo llano.
Y, aunque Miguel Hernández odiaba los homenajes, a pesar de ser acribillado por los aplausos embriagados de emoción; contra todo pronóstico, Miguel Hernández seguía vivo incluso después de la hora y media que nos habría rechazado.
Entonces y, ya al final, Miguel Hernández se dio la vuelta para aplaudir a Poekas, en fotos grisáceas de grisáceos tiznes amarillos y Poekas estuvo sencilla, enorme: hernandiana.Y Poekas triunfó de nuevo en Vallekas, triunfó al tiempo que otro cientos de actos tenían lugar al mismo tiempo en diversas zonas de la ciudad.
Poekas triunfó en el sitio de siempre, con la transparencia de siempre.
Poekas triunfó.
Otra vez.
Autor del texto: Pedro J. Morilla (Nino)
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